José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM) Académico de Número de la RANMdeR.
José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM)

La gripe nuestra de cada año

José Manuel Ribera Casado

Catedrático Emérito de Geriatría (UCM). Académico de número (RANME)

Con este título escribía unos comentarios en nuestra revista al principio de 2017, reflexiones que podrían ser válidas igualmente a día de hoy. Aunque sin demasiadas esperanzas de que las cosas se arreglen, merece la pena insistir en lo mismo. Al inicio de año, con los Reyes Magos, aparece la gripe. Es cosa que yo sé desde el colegio. Se trata de un conocimiento compartido desde siempre. También se sabe que con este motivo los servicios médicos –hospitalarios o ambulatorios- se ponen a tope. Mientras, periódicos y televisiones inician una pugna para ver quién es más insistente u original a la hora de denunciar, dar cifras y demostrar su indignación por el mal funcionamiento del sistema.

Este año ha pasado lo mismo. Llegan juntas gripe y lamentaciones. Las novedades –poco significativas- residen en que ahora nos planteamos si la infección puede, alternativamente, ser un episodio de COVID-19 y en que la gente acude desesperadamente a la farmacia en busca de test diagnósticos para confirmar o negar. Hablando de la COVID resulta sorprendente que hayamos sido eficaces para afrontar con éxito una pandemia nueva, de gran alcance y muy virulenta, mientras contra la eterna y prosaica gripe estacional nos hallamos, más o menos, como  hace medio siglo.

La segunda cuestión, también debatida siempre, es la de buscar culpables. ¿Quién debe afrontar las medidas necesarias para minimizar el problema? Evidentemente, la sociedad en su conjunto, pero poner el cascabel al gato es otro cantar. La lógica señalaría a las autoridades estatales. Es un problema global, común y que no entiende de fronteras territoriales a la hora de su expansión. Pero… con la iglesia hemos topado, amigo Sancho. Las competencias sanitarias están transferidas y ni se te ocurra tocarlas. Es más, el tema se convierte en campo de batalla para aquellas CCAA que “de oficio” consideran que todo lo que propone o hace el gobierno central es malo o se decide con intenciones aviesas. Se discuten cosas tan evidentes como la conveniencia o no de utilizar mascarillas de forma temporal en los centros sanitarios o en los lugares de máxima aglomeración

¿Estamos ante un problema sin solución? No lo sé, pero lo que es seguro es que existen bastantes posibilidades de actuación en orden a minimizar los efectos negativos. En algún lugar se ha hablado de “causas estructurales” y sobre ellas deben centrarse los esfuerzos. Más allá de las medidas puntuales recomendables una vez llegado el proceso creo que las dos primeras vías de intervención vienen a través de la prevención.

Se impone forzar al máximo la vacunación durante el otoño. Sobre todo cuando hablamos, como es el caso de “Balance”, de personas mayores, frágiles, con pluripatología o que viven en residencias o centros sociosanitarios. Nadie discute este punto desde la evidencia científica. En paralelo, como cuestión previa pero eterna, insistir en todo lo relativo a educación sanitaria y sensibilización social. Unas campañas orientadas hacia la población más en riesgo, pero al mismo tiempo sobre la sociedad en general. También sobre los profesionales de la salud, sean estos gestores sanitarios, médicos, enfermeros o cualquier otro colectivo implicado. Sin ninguna duda por estas vías se puede reducir la magnitud de la epidemia, así como minimizar sus consecuencias.

Existen problemas paralelos sobre los que también es necesario incidir. Uno de ellos, muy importante, es la inconcebible frivolidad con la que determinadas Comunidades Autónomas tienden a la reducción de personal sanitario, no convocando plazas vacantes ni supliendo las bajas producidas, o desincentivando al profesional de turno por las vías más variadas. La impresión, probablemente real, es intentar derivar por hartazgo al ciudadano hacia el sector privado. En el caso que hoy comento esto afecta, sobre todo, al colectivo profesional que trabaja en atención primaria, pero también a quienes lo hacen en el medio hospitalario.

Se trata de una conducta suicida que no ocurre únicamente en relación con la gripe, pero que consciente o inconscientemente daña la imagen de la sanidad pública. Por cierto, en episodios como el que aquí se comenta echo en falta manifestaciones de compromiso desde un sector siempre activo, que no para de autoproclamar sus excelencias contraponiéndolas a lo que llaman falta de eficiencia de lo público. 

Hoy, mi objetivo y deseo fundamental es el de avivar conciencias para que al cabo de otros siete años no sea preciso volver a repetir quejas y lamentos.

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