La enfermedad de Parkinson es una patología con apellido propio. ¿Quién no ha escuchado hablar en alguna ocasión de ella? Una enfermedad con alta prevalencia, cuyos signos son visibles y que golpea con dureza a los más mayores, pero también en muchas ocasiones a personas más jóvenes.
La enfermedad de Parkinson ha sido englobada durante mucho tiempo como una enfermedad con repercusión claramente motora, pero realmente asocia otros muchos síntomas que suponen una importante afectación para la calidad de vida de los pacientes.
La demencia asociada a la enfermedad de Parkinson (PDD, por sus siglas en inglés) constituye un tipo de demencia con características propias que permiten diferenciarla de otros procesos como la enfermedad de Alzheimer (AD) o la demencia asociada a cuerpos de Lewy (LBD). Es decir, la PDD no es simplemente la manifestación de deterioro cognitivo en los pacientes con enfermedad de Parkinson, sino que es una afección que presenta algunas peculiaridades.
Cabe destacar que la PDD no suele manifestarse en las fases iniciales de la enfermedad de Parkinson, sino que es más frecuente su aparición años después de los síntomas motores iniciales. No obstante, algunos pacientes pueden manifestar sus síntomas en un tiempo mucho menor.
Aunque no existen datos certeros, se estima que la enfermedad de Parkinson afecta a unas 300.000 personas en España. Según datos de la Sociedad Española de Neurología, el número de pacientes con enfermedad de Parkinson se duplicará en los próximos 20 años y se triplicará en 2050.
Este incremento en la prevalencia se producirá en gran parte por el aumento en la esperanza de vida y el envejecimiento progresivo de la población, pero también por el desarrollo de nuevas posibilidades y dianas diagnósticas y terapéuticas, así como por una mayor sensibilización social respecto a esta enfermedad para la que existe un amplío abanico de terapias sintomáticas en la actualidad.
Después de la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente, afectando a personas de todas las edades, por lo que es esperable que llegue a convertirse en un problema de salud pública mucho mayor en todo el mundo en las próximas décadas.
La demencia asociada a la enfermedad de Parkinson es un trastorno relativamente difícil de diagnosticar en sus fases iniciales. ¿El motivo? Puesto que se trata de una enfermedad con una evolución progresiva, en muchas ocasiones los cambios observados pasan inadvertidos para los pacientes y sus personas cercanas, siendo imprescindible una adecuada valoración por parte del neurólogo especialista con el objetivo de detectar posibles datos que orienten hacia el inicio de un deterioro cognitivo incipiente.
Además, el tratamiento utilizado para la propia enfermedad de Parkinson puede condicionar la aparición de efectos secundarios como alteraciones conductuales y alucinaciones, planteando el diagnóstico diferencial con otras formas de demencia y parkinsonismo, como es la demencia por cuerpos de Lewy.
En la actualidad, no hay ningún fármaco reconocido como modificador de la enfermedad, es decir, no hay tratamientos que permitan revertir o enlentecer la progresión de esta entidad nosológica. Sí que existen diversos tratamientos con diferentes vías de acción que aportan una mejoría sintomática de la sintomatología motora y, en gran parte, de la no motora. De estos tratamientos, la Levodopa, en sus diferentes formas de presentación, continúa siendo el principio activo más efectivo.
Es en el aspecto cognitivo donde encontramos algunas de las carencias terapéuticas más importantes dentro de la enfermedad, empleándose algunos fármacos utilizados también en la enfermedad de Alzheimer, y sin que haya habido novedades en este sentido en los últimos 15 años.
Las recomendaciones generales se centran en una doble vía de actuación: por un lado, el tratamiento farmacológico sintomático y, por otro, el tratamiento no farmacológico mediante el ejercicio físico y la estimulación cognitiva.
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