José Manuel Ribera Casado
Catedrático Emérito de Geriatría (UCM). Académico de número (RANME)
Como cada año desde hace 25, Naciones Unidas sigue enunciando un lema en coincidencia con el primero de octubre, fecha declarada oficialmente como el día de las personas mayores. Se trata de lanzar un mensaje que sirva como llamada de atención para recordar la existencia de este colectivo, sus problemas y sus derechos, así como la necesidad de tenerlos siempre en consideración.
En el año actual el mensaje ha sido el de “Envejecer con dignidad”. Lo acompañaba un subtítulo donde literalmente se hablaba de “reforzar los sistemas de atención y asistencia a las personas mayores en todo el mundo”. Todo está muy bien siempre y cuando cada cual, individuos, profesionales, colectivos asociativos y administraciones, nos lo tomemos suficientemente en serio y nos comprometamos a atender esta llamada.
El tema de la dignidad está de moda y se aplica, permanentemente, de manera universal, en todo tipo de contextos y situaciones, más allá de las referidas a las personas, sea cual fuere la edad y condición de las mismas. Oímos hablar hasta la saciedad de lecturas dignas, de lugares dignos de ser visitados, de quejas o protestas dignas de ser atendidas y, en un contexto como el español, raro es, a día de hoy, el medio de comunicación que no recoja de forma repetida protestas y peticiones solicitando a las administraciones medidas que faciliten poder disponer de un número adecuado de viviendas dignas. Así podríamos seguir hasta el infinito. Evidentemente, lo “digno” está de moda y se trata de un valor muy cotizado.
La llamada de Naciones Unidas, más allá de poner el foco en algo tan genérico y poco concreto como es la atención y/o la asistencia, fija el énfasis en la palabra “envejecer”. Y, sí, tiene sentido. Tiene sentido en la medida en la que el envejecimiento –algo inevitable, salvo una, nada deseable, muerte prematuratiende a venir acompañado de una serie de pérdidas fisiológicas y patológicas que determinan un incremento progresivo de indefensión y con ello un riesgo cada vez más alto según va pasando el tiempo de convertir a la persona en víctima de toda suerte de indignidades.
Indignidades que pueden proceder del exterior, de los demás, pero que, a veces, también, por acción o por omisión, son generadas a partir de la propia persona, por uno mismo. A mi juicio ahí reside el núcleo central del mensaje que se nos envía y el punto donde deberemos centrar nuestra atención desde una perspectiva operativa.
Respeto ajeno y propio, en estos momentos, creo que esa es la clave. Sobre todo, elautorrespeto, el respeto hacia uno mismo
Entre las muchas maneras posibles de interpretar las palabras digno y dignidad en el contexto de la consigna de Naciones Unidas yo me quedaría con algo que recoge el diccionario de María Moliner. En su lectura podemos encontrar que “la palabra digno se aplica al que obra, habla, se comporta, etc. de manera que merece el respeto y la estimación de los demás y de sí mismo”. Se habla de respeto, del ajeno y del propio, y, en estos momentos, creo que esa es la clave. Sobre todo, el autorrespeto, el respeto hacia uno mismo.
La tentación de dejarse ir en este terreno puede llegar a ser alta con más frecuencia de la imaginable. Tiene lugar en paralelo con la percepción de las pérdidas más o menos evidentes y llamativas que se asocian a nuestras capacidades físicas o mentales a lo largo del proceso de envejecer. A ello, evidentemente, contribuye lo que nos viene desde fuera, la tendencia social a la centrifugación del mayor, a su marginación progresiva en todo lo que cabría calificar como su papel en el vida del conjunto de la sociedad. La adopción de actitudes basadas en el despego y la resignación, muchas veces adoptadas de manera poco conscientes o bien guiadas por la mera inercia del dejarse ir dentro del mundo en el que vivimos. Se trata de un fenómeno que puede pasar desapercibido para el protagonista, pero que no por ello deja de ser real.
Pienso que ese es el punto clave. Los que ya somos mayores debemos mantener el respeto hacia nosotros mismos sea cual sea nuestra condición física o mental en cada momento. En paralelo, luchemos de forma activa, mano a mano con nuestro entorno, para que el conjunto de la sociedad haga lo propio en cualquiera de los campos que queramos analizar. En el fondo esa es la vía más adecuada para conseguir ese “envejecer con dignidad” a que nos invita Naciones Unidas.