Potenciar la autoestima para mantener la dignidad mientras envejecemos

Autoestima en las personas mayores.
Autoestima en las personas mayores.

José Manuel Ribera Casado

Catedrático Emérito de Geriatría (UCM). Académico de número (RANME)

En mi colaboración de la revista correspondiente al mes anterior comentaba el lema elegido por Naciones Unidas para este año 2024 en el día de las personas mayores: “Envejecer con dignidad”. Destacaba entre las muchas maneras posibles de interpretar la palabra dignidad la que se desprende de forma directa del diccionario de María Moliner: “la palabra digno se aplica al que obra, habla, se comporta, etc. de manera que merece el respeto y la estimación de los demás y de sí mismo”. Doña María habla de respeto, del ajeno y del propio. Hoy quiero insistir en este último punto, el autorrespeto y, dentro de ese marco, en algo tan íntimamente ligado a ello como es eso que conocemos como autoestima.

Me aterra que la sociedad viva como algo normalizado la pérdida progresiva por parte del individuo que envejece de un sentimiento tan íntimo como es la estima, la estima hacia uno mismo. La pérdida de algo que ha acompañado a la persona durante toda su vida, la percepción positiva de uno mismo, de lo que somos y de lo que hemos sido a lo largo de nuestra vida anterior. Se trata de un fenómeno bastante más común de lo que cabría pensar que choca frontalmente con el lema de Naciones Unidas de “envejecer con dignidad”. Un sentimiento que, con frecuencia, viene determinado por la toma de conciencia de las limitaciones físicas o mentales que acompañan al proceso de envejecer.

José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM) Académico de Número de la RANMdeR.
José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM)

Se puede interpretar como una renuncia voluntaria -probablemente la palabra renuncia es la mejor para definir este fenómeno-, favorecida por el entorno marcadamente edadista en el que vivimos. En todo caso es algo contra lo que, a mi juicio, hay que luchar con todas nuestra fuerzas. Las del propio individuo que envejece, pero, también, como punta de lanza del conjunto social, las de todo el colectivo profesional que desarrolla su actividad en el marco de las personas mayores.

En los días en que escribo estos párrafos leo la entrevista a una actriz española muy conocida, aún en activo, en la que declara que no quiere decir su edad “para luchar de este modo contra el edadismo”. Al mismo tiempo leo también que una intelectual alemana de primer nivel, en plena forma, y muy activa en el mundo del feminismo, da por bueno que no la inviten a las tertulias televisivas como ocurría con anterioridad debido al hecho de haber cumplido 81 años.

Son ejemplos, quizás sutiles, pero, a mi juicio, expresivos de lo que estoy comentando. Avergonzarse de decir la edad o pensar que hacerlo puede contribuir al edadismo es incorrecto, pero, además, implica admitir, aunque sea de forma inconsciente, una pérdida de la autoestima. Dar por bueno un estereotipo negativo. Algo parecido cabe decir de quien interpreta que el hecho de cumplir años puede ser argumento para cualquier tipo de exclusión social.

Me aterra que la sociedad viva como algo normalizado la pérdida progresiva por parte del individuo que envejece de un sentimiento tan íntimo como es la estima, la estima hacia uno mismo

Asumir que uno pierde facultades y que ya no vale para esto o para lo otro puede ajustarse en mayor o menor medida a la realidad, pero nunca debe ser impuesto como una evidencia de carácter universal. Mucho menos condicionar nuestras actitudes, aceptándolo acríticamente, con naturalidad, cuando, en bastantes casos, como en los dos ejemplos que acabo de mencionar, se trata de percepciones en las que resulta por lo menos dudoso que se correspondan con la situación vital de las interesadas.

Uno puede y debe ser autocrítico con sus capacidades y con sus pérdidas. Intentar ser realista a la hora de establecer el propio papel en las actividades del día a día. Pero nunca hay que dar por buenas interpretaciones discutibles sobre las propias capacidades, basadas en principios que responden a normas o estereotipos sociales cercanos al edadismo. Menos aún si estos determinantes nos vienen de fuera.

Hay que hacerse respetar, conservar intacta la autoestima y hacer llegar al entorno en el que uno vive el convencimiento de que siempre se está en condiciones de aportar a la sociedad. Son principios a los que bajo ningún concepto se debe renunciar con independencia de la edad que uno tenga. Por ello creo importante esta llamada a potenciar la autoestima como una de las mejores formas a la que podemos recurrir cuando entramos en el tema de “envejecer con dignidad”.

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