Se trata, como cuentan los expertos consultados, de la paradoja etaria del suicidio, una cuestión que no puede pasar desapercibida para el sector sociosanitario y de atención a personas mayores y/o con dependencia. Conocer las causas que pueden desencadenar esta situación, saber cómo actuar cuando existen sospechas de ideas suicidas en las personas que cuidamos o exigir los recursos necesarios para atender correctamente a las personas más vulnerables debe ser prioritario para los cuidadores, tanto profesionales como familiares.
Hasta el 50% de la población general va a experimentar tendencias suicidas entre moderadas y severas a lo largo de su vida. No es un fenómeno que debamos sentir lejano. No es algo que le pase a otros. Nos puede suceder a todos: a nosotros, a nuestros seres queridos y a nuestros conocidos. Por tanto, tenemos la responsabilidad social de conocer y reflexionar sobre qué está ocurriendo y qué podemos hacer para prevenir esta situación desde los poderes públicos, pero también desde nuestros respectivos ámbitos profesionales, y por supuesto como ciudadanos y compañeros en el desarrollo de un mundo más solidario y mejor.
En nuestro país, el suicidio es la principal causa de muerte no natural, casi tres veces más que las muertes provocadas por accidentes de tráfico. 11 personas al día se quitan la vida en España. Y, por cada suicidio, hay 20 tentativas. Hasta hace pocos años se trataba de un tema tabú. La influencia de la religión -la censura del suicido en el año 553 por San Agustín de Hipona y su determinación como pecado capital- y las consecuencias económicas, legales y sociales que tenían para los familiares, provocaron que se estigmatizara. A ello hay que sumarle el pacto de silencio de los medios de comunicación por el miedo a que hablar de suicidio pudiera provocar el suicidio. Una idea fundada en el Efecto Werther o efecto contagio. Ahora se sabe que esto es falso, y se está dando mayor visibilidad a esta problemática, sobre todo tras la pandemia, pero aún queda mucho por hacer para abordar correctamente este problema social que nos incumbe a todos.
Lo primero que reclama el psicólogo clínico especializado en conducta suicida y responsable de la Unidad de Prevención e Intervención en Conducta Suicida “UPII Cicerón”, Miguel Guerrero, es un Plan Nacional de Prevención del Suicidio en el que se coordinen dispositivos de salud, salud mental, bienestar social, empleo, justicia, igualdad, y también tercer sector y residencias. En este plan habría que establecer estrategias dirigida al abordaje del suicidio en la tercera edad.
En su opinión, la población mayor acumula más factores de riesgo de suicidio y, sin embargo, poco o nada se comenta al respecto. “Hay muchísima más atención mediática y política, más estrategias de prevención e incluso más estudios científicos destinados a la población infanto-juvenil que a la población mayor, cuando la tasa de mortalidad por suicidio es mucho más grave en la tercera edad”.
Este especialista apunta que una de cuatro personas que fallecen por suicidio en España son mayores de 65 años, mientras que el suicidio en la población infanto-juvenil es un evento raro, desde el punto de vista estadístico, “lo que no quiere decir que no sea un problema grave de salud pública en esta población, pues la conducta suicida es un factor de vulnerabilidad para esos niños cuando sean adultos”, matiza.
Según el psicólogo Pedro Martín-Barrajón, responsable de la Red Nacional de Psicólogos para la Prevención del Suicidio en Psicólogos Princesa 81, esta paradoja etaria en el suicidio, tiene que ver con que asumimos que las personas mayores ya han vivido su vida y este evento no vulnera el curso natural. De hecho, “se normaliza y justifica”.
“Parece que hay una amortización de la persona mayor en cuanto al suicidio, como que tiene menos coste, incluso, en algunos casos, se legitima”, sostiene Miguel Guerrero.
Sin duda es otro caso más de edadismo o de discriminación por edad. Lo cual no tiene sentido, porque las cifras son claras y el problema está servido. En España fallecieron en el año 2020 más de mil personas mayores de 70 años por suicidio. La cifra creció un 20 % con respecto al año anterior. En el caso de la población de 15 a 19 años, se redujo. Y estos datos objetivos deben conocerse, visibilizarse y tenerse en cuenta a la hora de establecer estrategias de prevención y abordaje del suicidio.
Los expertos aclaran que el suicidio es un fenómeno multicausal y que en cada edad pueden existir unas causas concretas, pero que las personas mayores acumulan más factores de riesgo. Entre los factores precipitantes destacan los siguientes:
También se puede hablar de la precariedad económica que tienen muchos mayores hoy en nuestro país, la incertidumbre en muchos casos de que puedan perder o no la vivienda, si pueden o no pueden pagar una residencia, en qué situación van a quedar entonces. Todos estos factores provocan que las personas mayores pierdan más factores de protección frente a suicidio.
El suicidio en las personas mayores se caracteriza por ser más complicado de prevenir “por el aislamiento (no lo cuentan), le dan menos publicidad al método, lo planifican durante más tiempo y toman las precauciones para evitar ser encontrados”, advierte Pedro Martín-Barrajón. Este experto hace la comparativa de este aspecto entre personas mayores y jóvenes: “Una de cada dos personas mayores que intentan suicidarse, lo consigue. En los jóvenes, solo uno de cada 200”.
Pero, aunque no digan de manera explícita que se van a suicidar, puede que en su discurso aparezcan frases como “no valgo para nada”, “estarías mejor sin mí”, “voy a dejar de ser una carga” o “no hace falta que os preocupéis mucho más” que nos deben hacer sospechar que no se encuentra bien.
El responsable de la Red Nacional de Psicólogos para la Prevención del Suicidio en Psicólogos Princesa 81 también indica que muchas personas que están planeado el suicidio tienen “conductas de cierre”: “Son acciones para despedirse y quedar en paz con el mundo. Por ejemplo, empiezan a arreglar el testamento, se deshacen de objetos de cierta carga sentimental para ellos, escriben cartas de despedida, empiezan a hacer acopio del método (por ejemplo, reunir pastillas), dejan todos los asuntos en orden, e incluso se despiden o visitan a personas que hacía mucho tiempo que no veían…”.
Por otra parte, pueden dejar de hacer cosas que les gustan, se aíslan de la familia y los amigos y pasan mucho tiempo solos, realizan gastos desproporcionados e injustificados, pueden estar especialmente irritables o enfadados, tienen problemas de sueño… Todas estas situaciones son indicativas de conductas suicidas.
El primer paso ante la detección de un caso de conducta suicida es indagar. Durante mucho tiempo ha estado flotando en el imaginario popular la idea de que preguntar a alguien sobre suicidio induce a tener ideas suicidas. Esto es falso. “Si la persona no está predispuesta, el hecho de preguntarle no va a favorecerlo y, por el contrario, puede ser la única y la última ocasión de que esa persona manifieste su malestar e, incluso, se lo replantee”, refiere Pedro Martín-Barrajón.
Este psicólogo especialista en suicidio nos da algunas ideas para introducir una conversación de este tipo: “Veo que de un tiempo a esta parte has cambiado tu forma de actuar o me preocupa esta falta de sueño de un tiempo a esta parte. ¿Cómo te estás sintiendo? ¿Qué es lo que está haciéndote sentir tan mal? ¿Alguna vez has pensado en el en el suicidio? Para que los dos sepamos de lo que estamos hablando, ¿qué quieres decir con eso?”.
Si la respuesta es positiva, y la persona está pensando en suicidarse, Pedro Martín-Barrajón recomienda “no frivolizar, ni minimizar o restarle importancia, ni intentar llevar a lo positivo, porque puede tener motivos muy poderosos para querer suicidarse”. Por contra, desaconseja comentarios como “no digas tonterías”, “no hay mal que 100 años dure” o “el tiempo lo cura todo”, porque reafirma la idea de la persona de que el resto no entiende lo que está sintiendo, y probablemente ese intento de desahogo provoque lo contrario.
Ante la detección de estos signos, los cuidadores profesionales de las personas mayores (de ayuda a domicilio, centro de día, residencia o teleasistencia), tienen que informar al personal médico responsable y comunicarlo al resto de cuidadores del equipo y a los familiares, para que estén al corriente de que se ha detectado esta conducta suicida.
El primer paso para establecer estrategias eficaces para la prevención del suicidio es el Plan Nacional de Prevención del Suicidio. En este plan se deberían establecer medidas de cara a la prevención en la población mayor como “mejorar su acceso sanitario, destinar recursos para mejorar el estado de salud físico y mental de las personas mayores, promover iniciativas para acompañar a las personas que viven solas, evitar la desconexión y el aislamiento, realizar visitas domiciliarias y llamadas de teléfono…”, enumera el psicólogo Miguel Guerrero. En su opinión, todas estas acciones mejorarían la calidad de vida de las personas mayores y reducirían el suicidio.
Actualmente ya se promueven iniciativas de este tipo, con el objetivo de mejorar el envejecimiento activo, reducir la soledad no deseada y promover la salud y bienestar de las personas mayores, pero la clave está en incluir el suicidio en la ecuación, y pensar en esta realidad cuando se están diseñando las acciones.
Desde el plano sanitario, otra medida importante de prevención selectiva, según el psicólogo clínico especializado en conducta suicida y responsable de la Unidad de Prevención e Intervención en Conducta Suicida “UPII Cicerón”, es que los profesionales sanitarios que trabajan con personas mayores, como profesionales sanitarios de Atención Primaria y especialistas de geriatría, tengan capacitación, habilidades y conocimientos para detectar la idea suicida antes de que la persona esté en riesgo. Esta necesidad también es extensible a los profesionales de atención directa de personas mayores y/o dependientes del sector sociosanitario.
Dedicar recursos a la atención de las personas mayores con conductas suicidas también es prioritario. Miguel Guerrero lidera la única unidad de tratamiento intensivo para la conducta suicida en Andalucía, la Unidad de Prevención e Intervención en Conducta Suicida “UPII Cicerón”, que se encuentra en Marbella, y una de las pocas que existen en España (Barcelona, Madrid, Ourense…). En esta unidad las personas que han tenido tentativas de suicido son atendidas a las 72 horas y se tienen consulta con el especialista casi quincenalmente, dependiendo de las necesidades. Esto contrarresta con la tónica general en las unidades de salud mental, donde estas personas compartirán recursos con otros pacientes con cualquier otro proceso, y tendrán que esperar una media de 60 días para ser atendidos. Además, el seguimiento será cada tres meses. Miguel Guerrero subraya, que, en el suicido, “el tiempo juega en nuestra contra” y que una persona con una crisis suicida debe ser atendida en los siguientes días al suceso.
En la Unidad de Prevención e Intervención en Conducta Suicida “UPII Cicerón” ofrecen un tratamiento intensivo para la conducta suicida. “Garantizamos una accesibilidad inmediata a las personas que se encuentran en riesgo de suicidio, bien porque tengan intención de llevarlo a cabo, bien porque hayan realizado un intento. A esta persona se le atiende durante 12 meses con el objetivo de minimizar al máximo el riesgo de suicidio”, explica Miguel Guerrero. El programa ha demostrado ser muy eficaz en la reducción del riesgo de suicidio y su modelo quiere implementarse a otras áreas de Andalucía y también de España.
El éxito de este proyecto es que se le da importancia a la atención de estos casos y se trabaja de manera especializada para disuadirlos. Ahora el reto está en evitar las desigualdades en la atención que se ofrece a estas personas en los distintos puntos del país.
Miguel Guerrero asegura que sin duda “está aumentando la preocupación por el suicidio, pero no necesariamente esto está llevando a una ocupación”. De hecho, expresa el miedo a que se trate de una moda mediática y que en unos años quede reducida a nada, como ya ocurrió con la crisis económica de 2008. Por ello, “hay que hablar de suicido, pero de manera correcta”, señala Pedro Martín-Barrajón. Y también de suicidio en las personas mayores, porque es importante trasmitir todos los datos para mantener a la población bien informada.
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