Hoy, en España, más de seis millones de personas tienen una enfermedad renal. El drama de salud pública ante el que nos situamos es sólo la punta de un gran iceberg puesto que apenas la mitad lo saben. El infradiagnóstico de la enfermedad renal es tan problemático como preocupante. En primer lugar, porque, aunque los riñones se han entendido como una mera depuradora de desechos, estos órganos tienen funciones que implican a todo el organismo. Padecer una enfermedad renal supone un problema de salud sistémico. Sin embargo, la baja popularidad de las enfermedades y de la importancia del riñón ha hecho que ni la sociedad, ni los sanitarios, ni los políticos hayan empleado recursos y energía en potenciar planes de salud renal.
Borja Quiroga
Servicio de Nefrología, Hospital Universitario de la Princesa (Madrid, España).
Autor de «Por mis riñones que hoy como bien»
Empecemos por el principio, cómo podemos detectar si nuestros riñones gozan de buena salud. Numerosas enfermedades, muchas de ellas oncológicas, disponen de programas de cribado nacionales. Así, campañas para la detección precoz del cáncer de mamá o de próstata están tan extendidos como reconocidos. El resultado de este tipo de iniciativas es contundente: se ha conseguido disminuir la mortalidad por cáncer en España y se estima que en los próximos años siga siendo así. El avance científico en patologías mortales como el cáncer debe hacernos reflexionar sobre los beneficios de la prevención y del tratamiento precoz.
En el caso de la enfermedad renal, la situación es justamente la contraria. Basándonos en datos del Global Burden of Disease recientemente publicados, las proyecciones de mortalidad asociadas a la enfermedad renal crónica no son nada halagüeñas, hasta el punto de que en el año 2040 se convertirá en tercera causa de fallecimientos en España, por delante incluso de cualquier tipo de tumor. Lo más sonrojante no es sólo ese meteórico ascenso, sino que es la única de las diez causas de muerte más relevantes en nuestro en país que seguirá aumentando año tras año.
Es evidente que necesitamos planes de contención poblacional que mejoren la detección temprana de las enfermedades renales. Si el lector se pregunta cómo hacerlo y si es eficiente, la respuesta es un rotundo sí. El diagnóstico amerita únicamente de una muestra de sangre (para medir la creatinina sérica) y una muestra de orina (para demostrar si la persona que se somete al despistaje pierde proteínas por la orina, un dato irrefutable de enfermedad renal). El coste total de ambas pruebas apenas alcanza un euro, lo que justificaría un screening poblacional a toda la población adulta al menos una vez al año ya que un correcto diagnóstico permite un tratamiento precoz cuyo impacto es el retraso en la necesidad de requerir diálisis de más de veinte años.
Funciones del riñón
Dentro de las funciones de los riñones, ser el desagüe del organismo es, sin duda, la más conocida, pero ni mucho menos es la única. Me atrevería a decir incluso que ni siquiera es la más importante. Si eso fuera así y el riñón tan sólo tuviera como función eliminar urea, fósforo o potasio, la diálisis solventaría todos estos problemas, situación que no ocurre. De hecho, un paciente de 30 años que se somete a una técnica de depuración extrarrenal tiene una esperanza de vida similar a la de una de 70 sin enfermedad renal.
La característica que mejor define a los riñones es la de ser un órgano sistémico. Ilustraremos con tres ejemplos esta peculiar complejidad de nuestra desconocida depuradora. En los riñones se sintetiza la eritropoyetina (EPO), sustancia desgraciadamente conocida por el dopaje deportivo de los años 90. La EPO se produce cuando nos encontramos ante una baja presión parcial de oxígeno (como ocurre al aumentar la altitud) y su función es la de estimular la médula ósea para que se produzcan eritrocitos que puedan transportar oxígeno al resto de órganos y tejidos.
El déficit de función renal conduce a anemia y a la necesidad de suplementar esa EPO de manera exógena para evitar realizar transfusiones periódicas.
Asimismo, los riñones son capaces de regular el metabolismo mineral, esto es, el calcio y el fósforo del organismo, ambos elementos clave de la formación de hueso. Esta función es tan importante como que cuando una persona desarrolla una enfermedad del riñón, comienza a retener más fósforo del que debe, y este elemento se agrega al calcio haciendo que en vez de depositarse en el hueso (y promover la salud ósea) lo haga en el vaso sanguíneo.
Necesitamos planes de contención poblacional que mejoren la detección temprana de las enfermedades renales
Este fenómeno de calcificación vascular es la antesala de cualquier evento cardíaco, que es la primera causa de muerte en los pacientes con enfermedad renal. De la mano de esta función nos encontramos la actividad más novedosa de nuestros riñones: la síntesis de la proteína klotho. Esta sustancia, descubierta hace menos de 30 años por M.
Kuro’o, tiene entre sus atribuciones la del antienvejecimiento. La deficiencia de proteína klotho, que ocurre en la enfermedad renal y en dietas ricas en fósforo puesto que una de sus funciones es promover su eliminación renal, conduce a un envejecimiento acelerado de los vasos sanguíneos. De hecho, su descubrimiento en ratones permitió objetivar que aquellos knock-out de klotho, con niveles indetectables, presentaban una mortalidad temprana, siendo incapaces de superar la adolescencia.
Enfermedades de los riñones
Dentro de las enfermedades que pueden afligir a nuestros riñones, tenemos, de manera sintética, dos tipos: las primarias y las secundarias. Las secundarias son aquellas que se desarrollan como consecuencia de otra enfermedad sistémica, estando a la cabeza de estas la diabetes mellitus (que condiciona hasta el 25% de los casos que requieren de terapia renal sustitutiva) y la hipertensión arterial. Las primarias son patologías que directamente afectan a los riñones y que suelen tener una base inmunológica o genética. Sea cual sea el mecanismo que las produce y con independencia de la administración de tratamientos específicos en función de la patología, hay algunas medidas generales que son aplicables a cualquier enfermedad y que reducen la probabilidad de que esta progrese.
Importancia de la alimentación
Los médicos hemos centrado muchos de nuestros esfuerzos en estar actualizados sobre los avances de la ciencia especialmente en el campo de la farmacología. Sin embargo, muchas veces no somos conscientes del impacto que puede llegar a tener la alimentación en la salud. Y es que la formación en nutrición de los médicos es, bajo mi punto de vista, subóptima; pero no por ello debemos perder la oportunidad de conocer algunas recomendaciones con impacto demostrado en la salud.
En el caso de la enfermedad renal y asumiendo que la pérdida de función (filtrado glomerular) aboca a una retención de agua y sodio y, consecuentemente, a elevación de la presión arterial, el consumo de sal debe ser limitado. Si bien es cierto que la dieta mediterránea es la más saludable del mundo, esta no se caracteriza por presentar bajo contenido en sal por lo que la primera medida sería evitar añadirla de manera adicional a alimentos que ya de por sí la presentan.
Como siempre que imponemos una limitación debemos ofrecer una alternativa, en este caso, sustitutivos de la sal podrían ser, por ejemplo, el uso de aceites aromáticos, de limón o, incluso, de mostaza.
El resultado esperable es un descenso en las cifras de presión arterial de hasta 11 mmHg, similar a algunos fármacos antihipertensivos.
Pero no nos debemos olvidar del agua y desmitificar la famosa recomendación de beber dos litros de agua al día para cuidar la salud renal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece un consumo hídrico diario mínimo de cuatro a seis vasos. Dicha recomendación tiene su fundamento teórico en que la pérdida insensible de agua por la transpiración se sitúa en torno a los 700-800 mililitros al día y la cantidad mínima de diuresis para eliminar desechos es de medio litro.
Sin embargo, y más allá de eso, debemos ser conscientes de que el riñón, en condiciones de salud, tiene la capacidad suficiente de diluir y concentrar la orina en función de las necesidades. Por lo tanto, en personas sanas, la recomendación más acertada sería guiar el consumo de agua en función del estímulo de sed, que tiene su origen en señales que provienen del riñón ante la necesidad de eliminar más o menos sustancias tóxicas.
La pista para descubrir un elevado contenido en fósforo sería la durabilidad excesiva de alimentos que de forma natural no tendrían
Por el contrario, en determinadas patologías un consumo excesivo de agua puede ser contraproducente. De hecho, la restricción hídrica es una recomendación habitual en pacientes con patología cardiaca o renal ya que éstos tienen dificultad para deshacerse del exceso de agua. Así pues, frente a una sugerencia universal en el consumo de agua, este debe individualizarse en función de las condiciones de salud.
¡Cuidado con el fósforo!
Otro pilar de la prevención mediante la nutrición es la reducción del fósforo inorgánico. El fósforo es un excelente conservante lo que ha universalizado su uso en numerosos alimentos, englobados bajo el término ultraprocesados. Si bien es cierto que no se puede generalizar, la pista para descubrir un elevado contenido en fósforo sería la durabilidad excesiva de alimentos que de forma natural no tendrían. Sin embargo, las excesivamente laxas normativas alimentarias, permiten ocultar detrás de algunas siglas y números, aditivos con alto contenido en fósforo.
En concreto, un etiquetado que muestre entre sus ingredientes los aditivos E-338-E343, E450-E-458, E540-E545 y E636-E635 es precisamente aquel que presenta un excesivo fósforo. Como hemos comentado previamente, dado que el fósforo se elimina por el riñón, esto supone una exigencia para este órgano que termina por consumir el elixir de la juventud klotho y por acumular el exceso de este elemento tan perjudicial.
Existen muchas más recomendaciones con poder terapéutico en nuestra alimentación. Por ello, junto a Miguel Cobo, chef con estrella Michelín, hemos desarrollado un libro titulado Por mis riñones que hoy como bien (Ed. Rosamerón, 2024) en el que desgranamos el poder de nuestros riñones y el impacto de la nutrición en sus funciones.
«Por mis riñones que hoy como bien», de Borja Quiroga y Miguel Cobos
Este libro, publicado por Rosamerón, quiere poner luz sobre el riñón, un órgano sobre el que aún quedan muchas cosas por descubrir. Quiroga es nefrólogo en el Hospital Universitario de la Princesa de Madrid y Cobos es un prestigioso cocinero con estrella Michelín que, desde Burgos, basa su cocina en la evolución humana y en cómo ésta influye en lo que hoy consumimos.
Como afirma el propio Quiroga, el riñón “es el órgano más complejo y desconocido” de nuestro cuerpo. A pesar de que tiene un peso muy importante en la salud general, porque “hoy somos conscientes de que en la salud de nuestros riñones se encuentra la clave de una vida sana y duradera”.
En este libro, que cuenta con el aval de la Sociedad Española de Nefrología, Cobo y Quiroga hacen una estudiada combinación entre medicina y gastronomía aplicada a los riñones. Los lectores encontrarán respuestas a preguntas como cuál es la relación que existe entre los riñones y la inmortalidad o cuál es la importancia del ácido úrico en la sociedad actual. Además, aborda asuntos cómo la relevancia del potasio en el corazón, el fósforo y su poder para envejecernos, o las ventajas e inconvenientes del ayuno.
Directamente relacionado con estos aspectos de salud, los autores confirman el papel fundamental que juega la dieta en el desarrollo de enfermedades renales. Como asegura Quiroga, “lo que comemos y lo que aconsejamos a nuestros pacientes que deben comer tiene un papel fundamental en el desarrollo y avance de enfermedades renales. De hecho, debería formar parte del arsenal terapéutico, ser el primer mensaje que el paciente reciba de un médico ante cualquier patología”.
Por eso, en el libro el lector también encontrará un menú semanal elaborado por el chef, asegurando la ingesta de todos los alimentos recomendados para asegurar la salud renal, y eliminando aquellos que son más dañinos para ella.