Opinión

Principales retos de las mujeres con discapacidad del siglo XXI

Patricia Sanz Cameo

Vicepresidenta de Igualdad, Recursos Humanos y Cultura Institucional e Inclusión Digital en la ONCE

En los últimos años se ha experimentado un importante avance en la sensibilización y concienciación de la sociedad respecto a las personas con discapacidad, y a ello ha contribuido de forma importante la reciente reforma del artículo 49 de la Constitución Española, que llevábamos 20 años demandando desde el sector de la discapacidad, y en concreto desde el CERMI (Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad), en la que por fin se ha sustituido el término “disminuidos” por la expresión “personas con discapacidad”.

Asimismo, en dicho artículo se han incluido dos menciones concretas (a los menores y a las mujeres con discapacidad), y esta segunda responde a la necesidad de dar más visibilidad a las mujeres de este colectivo. De los 4.3 millones de personas con discapacidad que hay en nuestro país (según la encuesta EDAD), el 60% somos mujeres, sin embargo, permanecemos en la sombra, tanto de nuestro colectivo como de nuestras compañeras sin discapacidad.

Las mujeres con discapacidad accedemos más tarde al mercado laboral que la población general, y más tarde también que las mujeres sin discapacidad, porque la conjunción de las variables “género” y “discapacidad” multiplica las dificultades y barreras a superar.

Además, la brecha salarial nos afecta en mayor medida, siendo más de 8.500€ brutos anuales los que nos separan del salario medio anual de los hombres sin discapacidad (que son quienes lo tienen más alto); nosotras percibimos un salario bruto medio de poco más de 20.000€ al año, y ellos superan los 28.500€. Esta brecha es menor entre hombres y mujeres con discapacidad (que es del 10%) que entre hombres y mujeres de la población general (superior al 18%), si bien esto se debe a que los salarios medios de nuestro colectivo son significativamente inferiores en el mercado laboral ordinario.

Sin embargo, es posible corregir estas brechas, si de verdad todos/as apostamos por ello. Por ejemplo, en el Grupo Social ONCE trabajamos 73.000 personas (un 62% de ellas con discapacidad y un 44% mujeres), somos el cuarto mayor empleador no público de España, y cobramos lo mismo mujeres y hombres, tengamos o no discapacidad, por realizar un trabajo de igual valor. Apostamos por el “talento sin apellidos”, es decir, sin aplicar sesgos de discapacidad, edad (hay cinco generaciones en la plantilla), orientación o identidad sexual o nacionalidad (tenemos más de 75 nacionalidades distintas en nuestro grupo empresarial social ILUNION), porque somos un reflejo de la sociedad y reivindicamos que el tejido empresarial de nuestro país lo sea cada vez más.

Si hablamos de inclusión y de igualdad de oportunidades, debemos actuar en consecuencia todas las entidades y empresas, así como la Administración Pública, y pensar en las personas con discapacidad, no sólo como receptoras de ayuda y demandantes de protección, sino como agentes activos que aportamos y generamos riqueza a través, entre otros, del empleo y el consumo.

Y en los dos ámbitos debemos tener un papel más protagonista las mujeres con discapacidad, porque sólo una de cada cuatro personas con discapacidad que está en edad laboral realmente trabaja, y de ellas, menos de la mitad son mujeres; porque al igual que las mujeres en general, las que tenemos discapacidad dinamizamos y organizamos el consumo en nuestro núcleo familiar y de convivencia, pero falta que la sociedad nos vea con esa perspectiva, y que podamos ejercer el consumo con libertad, porque los productos, bienes y servicios que se ofrecen sean accesibles para toda la ciudadanía.

Es frecuente que cuando una mujer trabajadora, a veces en puestos técnicos cualificados y de responsabilidad de gestión, tiene un accidente y le sobreviene una discapacidad, se le anime a abandonar su actividad laboral. Continúa teniendo los mismos conocimientos y habilidades que una semana antes del accidente, pero de pronto sólo se ve su discapacidad, y para una mujer que supera los 45 años y presenta una discapacidad, volver a acceder al mercado laboral es un reto difícil de alcanzar. Pensemos en el talento sénior femenino con mayúsculas, y no sólo en las mujeres “estándar”, porque las que tenemos discapacidad también somos mujeres.

Adicionalmente, es importante prestar más atención a las que se encuentran en situación de especial vulnerabilidad, como sucede con las mujeres que sufren violencia de género y a consecuencia de ella adquieren una discapacidad. En el Grupo Social ONCE hemos contratado a casi 170 de ellas en 2023, y 26 de estas compañeras están comercializando nuestros productos de lotería segura, social y responsable (junto a otras 6.200 vendedoras). Ellas y sus compañeros superan los 20.000 “centinelas de la ilusión” (como les llama nuestro presidente), y gracias a este trabajo tienen una vida digna, pueden volver a creer en ellas mismas, sacar adelante a los menores o mayores que tienen a su cargo…, porque las mujeres con discapacidad, hasta en las situaciones más difíciles, también son cuidadoras, y pocas veces se comparte esta perspectiva.

Por tanto, creamos en el “talento sin apellidos”, apostemos por el de todas las personas, tengan o no discapacidad, y contribuyamos entre todos/as a resaltar el de los 2.5 millones de mujeres con discapacidad que formamos parte activa de la sociedad.

REDACCIÓN BALANCE

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