Opinión

Edadismo: sacarlo a pasear también en verano y para lo que haga falta

José Manuel Ribera Casado

Catedrático Emérito de Geriatría (UCM). Académico de número (RANME)

El pasado 14 de agosto el diario “El País” publicaba una columna dentro de sus páginas de opinión firmada por uno de sus colaboradores habituales, el señor Sergio del Molino, que no tenía desperdicio. El punto central consistía en defender una iniciativa que algún grupo político pretende llevar al Parlamento, solicitando adelantar el derecho a voto para hacerlo a partir de los 16 años. Hasta aquí nada de particular. Se puede estar de acuerdo o no con la medida. Opinar sobre ello es algo legítimo, como lo es argumentar las razones correspondientes en una u otra dirección.

El problema surge cuando para defender esa propuesta el argumento esencial y casi único propuesto por el autor consiste en repetir varias veces que rebajar la edad del voto constituye un contrapeso necesario para liberar a la sociedad de la “gerontocracia” en la que, según su criterio, nos vemos sumidos los ciudadanos de este país. Considera un riesgo esa supuesta gerontocracia -así lo expresa de forma explícita- y nos dice que debemos hablar y discutir menos acerca de las pensiones y hacerlo más sobre los problemas que afectan a la juventud. Sobre ese mensaje central gira todo el peso del artículo.

A mi juicio el señor del Molino pone el énfasis donde no debe y lleva a cabo, de manera frívola y gratuita, un ejercicio inadecuado de gerontofobia que, además, es de todo punto innecesario para lo que pretende. Existen muchas posibles razones para defender el derecho a voto a los 16 años si así se estima adecuado. También puede haberlas para lo contrario. No tiene sentido banalizar el debate sobre las pensiones y contraponer sectores de la sociedad que ni caminan ni deben caminar por separado.

Es seguro que, si llega el caso, muchas personas jubiladas compartirán sus puntos de vista con respecto a la edad del voto. No es la edad lo que marca las diferencias. Su planteamiento abre un nuevo frente de discusión –etario en este caso- en el seno de una sociedad donde la confrontación por cualquier motivo, sobre todo en el plano político, parece haberse convertido en un nuevo deporte nacional. Bastantes cuestiones, reales o artificiales, existen ya para incorporar una nueva.

Viene ahora la segunda parte. Uno está bastante sensibilizado con el tema del edadismo. En esta columna ha salido de manera repetida. Por ello, al leer el artículo sentí la necesidad de protestar y redacté de inmediato una carta dirigida a la directora del periódico. A mi juicio era breve, contenida, mesurada y adecuada a todos los requisitos que requieren estas colaboraciones. Me quejaba del contenido edadista del escrito. Me acusaron recibo muy amablemente de forma inmediata, pero, al contrario de lo que me había ocurrido en ocasiones anteriores, nunca apareció publicada en la sección de cartas al director.

No tiene sentido banalizar el debate sobre las pensiones y contraponer sectores de la sociedad que ni caminan ni deben caminar por separado

En un primer momento, interpreté que la no-publicación podría deberse a que dicha carta representaba una crítica directa a uno de los colaboradores más asiduos del periódico. Me sorprendió dada la pluralidad ideológica de que hace gala la publicación, pero lo dejé pasar. Más adelante me entró la duda de si, en el fondo, la visión de «El País” en estas materias podría no ajustarse a la idea que yo me había hecho sobre el tema, lo que, evidentemente, era peor. Además ¡Qué demonios! Puestos a no dejar pasar una en materia de edadismo, tampoco esta ocasión tendría por qué disfrutar de una bula por mucho que fuera el prestigio intelectual del firmante o del propio periódico que daba cobijo a sus ideas.

Por ello he decidido comentarlo en nuestra revista. No tendremos medio millón de lectores, pero sí los suficientes como para participar de cualquier llamada contra la gerontofobia sea cual fuera la forma de manifestarse. Unos lectores que, además de estar suficientemente sensibilizados con el tema, suponen una caja de resonancia muy cualificada en la lucha contra el edadismo allá donde aparezca.

Por lo demás espero por su bien que, cuando le llegue el momento, el señor del Molino haya cambiado de opinión acerca del valor que tiene no dejarse ir y mantener abierto permanentemente el debate sobre las pensiones. A lo mejor entonces ya no habla de gerontocracia. Mi carta a “El País” la terminaba recordando el lema de Naciones Unidas del año 2012 donde se nos pedía a todos contribuir al establecimiento de “Una sociedad para todas las edades”. Que así sea.

 

REDACCIÓN BALANCE

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