En un contexto de cambio demográfico, en el que la población mayor aumenta, “resulta necesario una transformación del sistema sanitario y una mayor coordinación con el ámbito social para poder cuidar a las personas más frágiles y que más lo necesitan”, explicó la presidenta de la POP, Carolina Escobar, en la presentación del estudio sobre el impacto de la cronicidad en las personas mayores.
Aunque la necesidad de este cambio en el sistema sanitario está clara y se aprecia en el día a día, la POP ha querido respaldar su reivindicación con datos, apoyándose en una investigación que ha analizado el impacto de la enfermedad crónica en las personas mayores. El estudio ha identificado el estado de la situación de la atención sanitaria y social que recibe esta población, el efecto emocional que genera la enfermedad crónica y los ámbitos de mejora.
El estudio pone de manifiesto que la satisfacción de los mayores con respecto a la atención sanitaria recibida en el último año es media, pero con mucho margen de mejora. La puntúan con un 6,5, un aprobado alto, pero hay un porcentaje importante de personas que no están satisfechas en absoluto.
Además, se percibe un empeoramiento a raíz de la pandemia. Hay un 53 % que indica que es igual. Pero un 44% de los mayores consultados declaran que la atención que reciben es peor que antes de la pandemia.
Otro aspecto que se ha valorado en la atención sanitaria es si comprenden la información médica que se les facilita. Afortunadamente, el 59 % de las personas determina que sí, pero también hay un colectivo importante (37 %) que reconoce que no es fácil entender a los médicos. Asimismo, un 11 % declaran que no reciben explicaciones. Y, precisamente, este grupo son mayoritariamente las personas más vulnerables: más mayores, con menos nivel de estudios y con posiciones socioeconómicas más bajas. Además, son el grupo con una menor satisfacción por la atención que reciben. Por tanto, en este colectivo, existe un gran ámbito de mejora.
Uno de los datos que más impactan del estudio de la POP es que el 28 % de las personas mayores de 65 años con enfermedad crónica viven solas, y hasta un 43 % de las que se encuentran en esta situación se sienten mal por ello. Existe una asociación clara entre sentirse mal por vivir solo y sentirse mal debido a la enfermedad crónica. De tal modo, que el impacto de la enfermedad aumenta conforme aumenta la frecuencia de sentirse mal por vivir solo y viceversa.
En parte esta relación puede tener que ver con las dificultades que encuentran estas personas a la hora de realizar tareas cotidianas por vivir solas. Por otros estudios de POP se sabe que la causa principal de malestar debido a las enfermedades crónicas es las limitaciones para hacer actividades de la vida diaria. Y eso es más complicado cuando se vive solo, porque se cuenta con menos apoyos. En el estudio se observa que el 64 % de las personas mayores que viven en soledad encuentran dificultades. Y, un 39 % de estas dificultades, son moderadas e importantes.
A pesar de las necesidades de este colectivo, un 53 % de los encuestados responde que no reciben ningún tipo de ayuda. Y el 28 % asegura que la necesitaría. La mitad de estas personas que necesitan ayuda viven solos, pero también los que viven en compañía necesitan de estas ayudas. Por tanto, representan un segmento considerablemente grande, lo suficiente como para que sea importante y urgente cubrirlas.
El perfil sociológico de estas personas que no tienen ayuda y la necesitan se caracteriza por relacionarse mucho menos que antes por su estado de salud, porque padecen con frecuencia malestar psicológico, visitan mensualmente a su médico, viven solos, tienen estudios bajos, son de clase baja, mujeres, tienen de 65 a 69 años y viven zonas rurales.
Los tres tipos de tareas para las que se necesitan ayudas son: salir a la calle, hacer la comida y otras tareas de casa.
Las mujeres mayores de 80 años son los perfiles más vulnerables con ingresos y nivel de estudios bajos, con pluripatología y con barreras de comunicación con sus profesionales sanitarios
La mayoría de los encuestados conoce muchos recursos asistenciales (teleasistencia, ayuda a domicilio, centros de día, hogares de mayores, tarjeta de aparcamientos…), pero no todos. Por ejemplo, se desconocen en un alto porcentaje las estancias de respiro familiar (52 %) y las ayudas económicas (42 %). Por lo tanto, estos elementos requieren de mayor difusión.
Otro aspecto llamativo es el nivel tan bajo de uso de todos los recursos. El recurso más extendido es la teleasistencia (23%), seguida de los centros de día (17%), ayudas domiciliarias (16%), tarjetas de aparcamiento por movilidad reducida (12%) y ayudas económicas (7%).
Pero si hablamos de cómo se han llegado a conocer de dichos recursos, son los propios usuarios quienes se informaron de su existencia (42 %), lo que denota una actitud bastante proactiva de los mayores y sus familiares. También destaca que la información institucional y de profesionales sanitarios y sociales es insuficiente, y llega con dificultad a sus destinatarios. El 74 % de los encuestados consideran que es difícil o muy difícil acceder. El grado de dificultad tiene que ver también con la asesoría que reciben y la información disponible. Por lo que es un aspecto que ofrece un margen de mejora muy importante y sobre el que habría que trabajar.
El 28% de las personas mayores que necesitan ayuda no reciben ningún tipo de asistencia para cuidados
Con respecto a la situación económica, el estudio de la POP revela las dificultades económicas que atraviesan muchos mayores. El 44% de los encuestados declaran tener algún tipo de dificultad económica para llegar a fin de mes. Preguntados por los gastos a los que les cuesta hacer frente, destacan aquellos relacionados con las necesidades básicas: vivienda, suministros y compras de alimentación. Pero también los costes derivados de la fisioterapia y rehabilitación. Esta situación se agrava en el grupo de personas mayores de 80 años y en el caso de aquellos con estudios de nivel bajo.
Desde la POP apuntan que sería necesario “informar a los pacientes y sus cuidadores sobre los recursos sociales y sociosanitarios». En este sentido, debemos avanzar en atender necesidades sociales y económicas que afectan a la salud de las personas mayores”.
En cuanto al malestar psicológico que produce que muchas ocasiones tener una enfermedad crónica, el 61% de las personas mayores encuestadas tiene pensamientos y emociones negativas de forma ocasional debido a su enfermedad, mientras que un 28% afirma tenerlos frecuentemente. Esto da lugar a que el 47% declare que se relaciona menos o mucho menos que antes debido a su estado de salud, lo cual refuerza la situación de malestar: a menor frecuencia de relaciones el malestar psicológico es mayor y viceversa. En cuanto al perfil de las personas con peor estado de ánimo, son mujeres mayores de 80 años, con estudios y clase social baja, que padecen más de una enfermedad crónica.
Además, el acceso a tratamiento por parte de especialistas de la salud mental es escaso. Solo el 8% están siendo tratados actualmente, cifra que queda lejos del 35% de personas que sienten malestar psicológico con frecuencia. Por tanto, «es urgente dar respuesta a las necesidades de atención psicológica de las personas mayores», afirma Carina Escobar.
Tras los resultados expuestos, la POP ha definido 9 propuestas para mejorar la cronicidad en las personas mayores:
En conclusión, Carina Escobar afirmó que se debería realizar una atención más centrada en las personas, especialmente las más vulnerables. «Necesitamos procesos asistenciales más proactivos, flexibles que tenga en cuenta situaciones como la soledad, la edad avanzada, o la situación socio económica”, subrayó.
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