Algunos de los datos que se recaban en esta publicación están relacionados con la esperanza de vida, las pensiones, estado de salud, dependencia, nivel académico, participación social, etc.
El porcentaje de personas de 65 y más años, que en 2020 era de un 19,6% del total de la población, alcanzará un máximo del 31% hacia el año 2050. Las de 80 y más años, pasarán de representar el 6% en 2020 al 13,5% en 2060. Es a partir de los 80 años cuando se incrementan las situaciones de dependencia y cronicidad.
Por tanto, resulta imprescindible abordar la longevidad desde una mirada innovadora que ponga en el centro a las personas y sus aspiraciones en cuanto a modelos de vida y de cuidado a los que aspiran. Y hacerlo desde una perspectiva de género porque no solo la mayoría de las personas que requerirán cuidados serán mujeres; también lo continuarán siendo las personas cuidadoras, tanto del ámbito profesional como familiar.
Las mujeres viven más, pero sus condiciones de vida son peores que las de los hombres. Las españolas tienen la esperanza de vida más alta de la Unión Europea (86,2 años). La de los hombres era de 80,87. Ese diferencial se mantiene a lo largo del tiempo: a los 65 años es de 23,42 años mientras que la de ellos baja a los 19,54.
Pero vivir más años no significa vivir mejor. Las mujeres son las personas mayores con peores condiciones de vida: vivir solas, ser viudas o solteras, tener escasos ingresos, sufrir enfermedades y trastornos que producen dependencia…
Solo el 44% del tiempo de las mujeres lo viven en buenas condiciones de salud, mientras que ese porcentaje asciende al 53,7 % en el caso de los varones.
Las mujeres mayores de 70/75 años todavía registran algunas bolsas de analfabetismo y son inmensa mayoría quienes solo alcanzaron estudios primarios.
Sin embargo, para las jóvenes, el porcentaje de mujeres graduadas ha crecido de manera notoria: en el año 2018 representaba el 53% de quienes tenían educación superior, 7 puntos por encima de los hombres.
El 80% de los hombres entre 65 y 80 años son casados, mientras que el porcentaje de mujeres casadas es del 59%. Ellas son mayoritarias en el estado de viudez (el 67,5% de las mayores de 80 años son viudas, mientras ese porcentaje desciende en el caso de los varones al 25%). Los estudios muestran que vivir en pareja tiene repercusiones positivas en las condiciones de vida tanto subjetivas como objetivas.
En 2018, se registraron 4.732.400 personas que viven solas en España, de las cuales, más de dos millones (un 43,1%) tienen 65 o más años. Y de ellas, un 72% son mujeres (1.465.600 en números absolutos). Las mujeres tienen en su moneda vital la cara de una mayor longevidad, pero la soledad es su cruz más evidente. Esa diferencia crece en el subgrupo de 80 y más años (mujeres en su gran mayoría), que es justo la edad en la que comienzan a acumularse las peores condiciones de vida (ingresos, estado de salud, dependencia…).
En la Encuesta Imserso, 2010, se reflejaba que entre las personas que tienen de 65 a 79 años la vivencia de experimentar sentimientos de soledad afectaba al 9,2% de los hombres y al 23,0% de las mujeres, y dichos porcentajes se elevaban para el segmento de 80 y más años al 13,4% y 31,7%, respectivamente. Pero son las mujeres las que informan en mayor medida que viven solas porque lo prefieren. Y también que es en su casa conde prefieren continuar viviendo aun en condiciones de fragilidad o dependencia.
La soledad forma parte de un círculo que se retroalimenta, sobre todo para el grupo de las mujeres de más edad. Pero, en ocasiones, situaciones en principio adversas, como la viudez o la ruptura de la pareja, suponen una oportunidad para que una parte de las mujeres piensen, acaso por primera vez en sus vidas, en ellas mismas y la reconstruyan reconectando con sus intereses y anhelos más íntimos, después de una vida entera dedicada a satisfacer los deseos de los demás.
La brecha salarial entre hombres y mujeres durante la vida activa conduce a las pensiones más bajas. El diferencial que existe entre hombres y mujeres en pensiones asciende a 468 euros mensuales.
Solo el 38% de las pensiones de jubilación son recibidas por mujeres y, además, con importante diferencial entre los sexos. Ellas son mayoría en las pensiones más bajas del Sistema: las de viudedad (731 euros mensuales, de media) y las no contributivas (PNCs), cuyo importe medio es de 769 euros.
La percepción subjetiva del estado de salud es siempre, a lo largo de toda la vida, peor entre las mujeres que entre los hombres.
Según el último Informe de Alzheimer Europe (2020), la incidencia de mujeres con demencias en 2018 en España duplicaba a la de los hombres (580.758 mujeres frente a 271.984 hombres). Esta enfermedad está infradiagnosticada, y lo mismo ocurre con la depresión, que también la sufren en mayor medida las mujeres (10 puntos de diferencia).
Los estudios también han puesto de relieve que a las mujeres se les prescriben más psicofármacos que a los hombres y también que están polimedicadas en mayor medida que ellos.
En diciembre de 2020 había en España 1.124.230 personas con alguna prestación del SAAD derivada de una situación de dependencia. Más del 64% de ellas son mujeres. A medida que se incrementa la edad, es mayor el número de mujeres: el 76,4% de las personas de 80 y más años que tienen una situación de dependencia son mujeres.
Las mujeres reciben menos ayuda familiar que los varones, por lo que son mayoría entre las personas que reciben atención de los servicios sociales (el 78% del SAD, el 81% de la Teleasistencia, el 70% de residencias).
Esto debería ser tenido en cuenta a la hora de diseñar tales recursos y también en el momento de la formación de las y los profesionales, que también son, en su inmensa mayoría, mujeres.
Las mujeres han sido y continúan siendo las mayores prestadoras de cuidados: a personas enfermas y en situación de dependencia; recogiendo a hijas/os en paro y ayudándoles económicamente. Y es muy relevante el nivel de los cuidados que prestan a sus nietos y nietas mientras los padres trabajan, con lo que han facilitado la incorporación de las mujeres más jóvenes al mundo laboral, sobre todo, entre las capas sociales más desfavorecidas.
Estos cuidados reportan satisfacción y beneficios, pero también acarrean efectos adversos para las abuelas cuidadoras, tal como han destacado los estudios que acuñaron el término de la “abuela esclava”, y que ha llegado a ser identificado por la OMS como una forma de maltrato.
Según la OMS, han carecido del mismo estatus que las mujeres maltratadas en general, tanto en la investigación como en el activismo, “como si las mujeres mayores no pertenecieran a la categoría de mujeres”.
Tampoco se han desarrollado recursos pensados para ellas (casas de acogida, líneas de atención telefónica…). Y piden menos ayuda que las jóvenes, ya sea porque les cuesta reconocer la violencia, porque no sepan dónde acudir o bien sientan que no existe posibilidad de salir de esa situación (OMS).
Las mujeres fueron protagonistas en la transformación de las actividades de los centros de mayores y asociaciones, pasando de ser meramente recreativas a ser culturales, sociales e intergeneracionales.
Tienen más interés que los hombres en participar en actuaciones que tengan que ver con sus intereses, y también en actividades de voluntariado. Un 37% de estas mujeres declaran querer participar en actividades voluntarias. En cuanto a formación de preparación a la jubilación, el 81,5% de ellas afirman que les gustaría tener esa oportunidad, frente al 72,7% de los hombres.
La publicación se cierra con una serie de reflexiones y consideraciones que ponen en valor la contribución silenciosa y gratuita de las mujeres mayores al avance de la igualdad y al incremento de nuestro bienestar social.
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