Las lesiones por presión (LPP) son uno de los grandes síndromes geriátricos, tanto por su prevalencia como por las consecuencias físicas, psicológicas, sociales y económicas que acarrean. La buena noticia es que se pueden prevenir en el 95 % de los casos, según los últimos estudios. Entonces, ¿por dónde empezar? Según los expertos, dándoles la importancia que tienen.
Los cuidadores y profesionales no deben desdeñar estas lesiones; tienen que visibilizarlas. En este sentido, es esencial la formación en la detección, prevención y cuidado una vez que se hayan originado. También deben contar con los recursos adecuados para abordarlas. Actualmente, la innovación y la tecnología son importantes aliadas. Existen soluciones que ayudan a reducir la presión, proteger la piel y controlar las posturas. En este reportaje revisamos las estrategias, los dispositivos y la formación que pueden cambiar el pronóstico.
Hablar de lesiones por presión es hablar de calidad de vida, de seguridad del paciente y de cultura preventiva. Los datos demuestran que la mayor parte de las úlceras pueden evitarse. El reto está en traducir ese conocimiento en práctica diaria, con equipos formados, protocolos claros, recursos adecuados y una mirada que no dé por normal este daño que resulta inaceptable, tanto en hospitales, como en residencias o en el domicilio.
“Las lesiones por presión (LPP) son consideradas un síndrome geriátrico. Uno de los grandes, añadiría”, subraya Juan Cuñarro, enfermero especialista en Enfermería Geriátrica, presidente de la Asociación Madrileña de Enfermería Geriátrica (AMEG) y miembro del Comité Consultivo del Grupo Nacional para el Estudio y Asesoramiento para las Úlceras por Presión (GNEAUPP): “Afectan en gran medida a la calidad de vida, son muy frecuentes en la población mayor y son prevenibles y tratables con una adecuada valoración”.
Prevenir empieza por conocer las cifras, identificar los factores de riesgo y organizar los cuidados con una mirada proactiva.
Un gran síndrome geriátrico ligado a la dependencia
En 2014, el trabajo del doctor Francisco Pedro García dio lugar a un nuevo modelo teórico que supuso un punto de inflexión: las lesiones por presión se enmarcaron en las llamadas lesiones cutáneas relacionadas con la dependencia (LCRD).
“Este modelo ampliaba la población posible afectada, no asociando las LPP exclusivamente al envejecimiento, sino a la dependencia”, explica el presidente de AMEG. Además, diferenciaba las LPP de otras lesiones cutáneas que hasta la fecha se confundían con ellas, y que necesitan cuidados distintos tanto para prevenirlas como para tratarlas.
Hablar de lesiones por presión es hablar de calidad de vida, de seguridad del paciente y de cultura preventiva. Los datos demuestran que la mayor parte de las úlceras pueden evitarse.
Ese cambio de enfoque es clave: no se trata sólo de edad, sino de situación funcional. Y, además, las LPP se consideran hoy un problema de seguridad del paciente, lo que obliga a integrarlas en las estrategias de calidad y seguridad de los hospitales, las residencias y los servicios de atención primaria.
La fotografía en España: qué dicen los datos
Para dimensionar el problema, el Grupo Nacional para el Estudio y Asesoramiento en Úlceras por Presión y otras heridas crónicas (GNEAUPP) mantiene desde hace años una línea de investigación específica sobre prevalencia.
Según Juan Cuñarro, han llevado a cabo seis estudios nacionales de prevalencia y, en el sexto y último, de 2023, “se estima una prevalencia global del 6,05 % de lesiones por presión en centros sociosanitarios, con una media de 1,15 LPP por persona y un máximo de cuatro lesiones”, sostiene este enfermero que es miembro del Comité Consultivo de GNEAUPP.
Si se mira el conjunto de lesiones cutáneas relacionadas con la dependencia, la cifra asciende al 9,28 %. Además, el estudio detecta un incremento en las cifras de prevalencia de LPP comunicadas en estos centros, lo que refuerza la idea de que sigue siendo un reto pendiente.
En atención primaria, y especialmente en el ámbito domiciliario, la prevalencia se sitúa en el 4,43 % de LPP, “una cifra más baja que en estudios anteriores, pero con una tendencia muy estable a lo largo de los años”, apunta el experto.
Un reto que no debería considerarse normal
Si algo llama la atención a los expertos es la brecha entre lo que se sabe y lo que se hace. Ya en 1982, los trabajos de Pamela Hibbs concluían que hasta el 95 % de las úlceras por presión podrían prevenirse con un protocolo adecuado y una atención correcta. Pero, “a pesar de toda la información sobre prevención y dimensión del problema, todavía existe la creencia, incluso entre algunos profesionales, de que son normales en el envejecimiento y que no se pueden evitar”, lamenta Cuñarro.
Las lesiones por presión no son solo una herida en la piel. Arrastran una cascada de consecuencias en la persona que las padece:
- Dolor e incomodidad, a veces difíciles de verbalizar, que exigen una observación atenta de gestos y muecas.
- Mayor dependencia y menor movilidad, con posturas defensivas que pueden aumentar el riesgo de nuevas lesiones.
- Impacto en el estado de ánimo, el apetito y las relaciones sociales.
- Aumento del riesgo de desnutrición, justo cuando el organismo necesita más nutrientes para reparar los tejidos.
- Mayor riesgo de infección, que puede llegar a cuadruplicar el riesgo de muerte.
- Problemas de autoimagen, aislamiento y sobrecarga de los cuidadores.
Además, ante estos casos, “aumenta el aislamiento social y la sobrecarga del cuidador, muchas veces ya sobrepasado por el cuidado de una persona dependiente”, concreta el presidente de AMEG. Y, por supuesto, crece el impacto económico, por el aumento de costes en la atención de una lesión y sus complicaciones.
Un estudio del doctor Javier Soldevilla (2007) estimó en España un coste anual cercano a los 461 millones de euros en el tratamiento de lesiones por presión, alrededor del 5 % del gasto sanitario total. De ese importe, el 15 % corresponde a apósitos, el 19 % al tiempo profesional dedicado a curas, y cerca del 45 % al aumento de hospitalizaciones y estancias por complicaciones.
“La prevención siempre es más barata que el tratamiento, aunque requiere inversiones importantes que no siempre se pueden abordar”, recuerda este enfermero especializado en geriatría.
Además, en su opinión, es necesario darle la importancia que requiere. “Históricamente se ha considerado un tema menor y de responsabilidad sólo de enfermería, por lo que no siempre ha tenido la atención que merece”, subraya Cuñarro.
Factores de riesgo: cuando la piel se vuelve vulnerable
El primer gran factor de riesgo para la aparición de lesiones por presión es la propia dependencia. Otros factores ligados a la persona que destaca el miembro del Comité Consultivo de GNEAUPP son los siguientes:
- Edad avanzada y cambios en la piel: la piel es más frágil, con menor tolerancia al daño.
- Movilidad y actividad: “Las lesiones se producen por el aumento de presión y rozamiento entre una superficie externa y una prominencia ósea”, explica. Si la presión se mantiene en el tiempo y la persona no puede cambiar de postura por sí sola, el riesgo se dispara.
- Estado mental, percepción y sensibilidad: alteraciones cognitivas o sensoriales dificultan notar el daño y pedir ayuda.
- Nutrición e hidratación: una mala nutrición reduce la resistencia de los tejidos.
- Humedad e incontinencia: el exceso de humedad hace que la piel sea mucho más vulnerable, de ahí la importancia de un manejo riguroso de la incontinencia y de un buen secado.
A todo ello se suma la superficie de apoyo: camas, sillones, sillas de ruedas… “No podemos olvidarnos de dónde nos sentamos o acostamos. Hay materiales capaces de redistribuir o aliviar la presión”, incide.
Prevenir a diario: valoración, piel a la vista y cambios posturales
La buena noticia es que las medidas preventivas son conocidas y, en general, sencillas de aplicar si se integran de forma sistemática, tanto en residencias como en el domicilio.
“Con un protocolo adecuado y una atención correcta se puede prevenir hasta el 95 % de las lesiones, e incluso hay estudios que elevan esa cifra al 98 %”, recuerda Cuñarro. No obstante, se necesita formación y, sobre todo, motivación: no se puede bajar la guardia en ningún momento, porque en tan solo dos horas pueden iniciarse cambios en los tejidos sometidos a presión.
Entre las medidas clave, el especialista indica:
- Valoración del riesgo con escalas validadas, adaptadas al entorno, siempre dentro de la valoración integral de la persona. El GNEAUPP recomienda usar escalas validadas; la escala de Braden es una de las más extendidas y con mejor calidad.
- Evaluación sistemática en centros sociosanitarios: al ingreso, ante cualquier cambio significativo (menos movilidad, enfermedad aguda, aparición de incontinencia, etc.) y, si no hay cambios, al menos cada seis meses.
- Inspección diaria de la piel, de la cabeza a los pies, manteniéndola limpia, seca e hidratada.
- Programas de movilidad y cambios posturales, ya sea por iniciativa de la propia persona, si puede, o con ayuda de los cuidadores.
- Superficies de apoyo adecuadas, en función del riesgo, evitando dispositivos desaconsejados como los clásicos “roscos” y recurriendo a colchones y cojines de alivio de presión, taloneras u otros dispositivos adaptados.
- Buena ingesta de líquidos y alimentación equilibrada, para fortalecer los tejidos.
Signos de alarma: cuando el enrojecimiento no desaparece
Detectar la lesión en su fase más inicial es esencial para evitar que progrese a categorías más graves. El signo de alerta más importante es el enrojecimiento de la piel en zonas de apoyo. Cuñarro explica que, si al apretar con un dedo la zona enrojecida palidece, es una situación normal. Pero cuando no palidece al presionar, hablamos de un eritema que no blanquea a la presión: ya es una lesión por presión de categoría I.
Las zonas clásicas son el sacro, los talones y las caderas, aunque también hay que vigilar áreas donde apoyan dispositivos: patillas de las gafas, mascarillas de oxígeno, férulas, etc.
La clave: equipos formados y motivados
Ningún protocolo funciona sin personas que lo creen y lo sostengan en el día a día. De ahí la importancia de la formación continua y el trabajo en equipo. “El trabajo en equipo, poner al paciente en el centro y seguir las medidas preventivas son fundamentales”, resume el presidente de AMEG. “Que los profesionales continúen formándose y estén motivados favorece la prevención de la mayor parte de las lesiones con cuidados adecuados y sencillos”.
La investigación en LCRD ha permitido diferenciar mejor el origen y las características de cada tipo de lesión. Esto exige a los profesionales estar al día para:
- Detectar y clasificar correctamente las lesiones, sin “meterlo todo en el mismo saco”.
- Evitar tratar todas de la misma manera, ya que no todas se producen por el mismo mecanismo.
- No cambiar de tratamiento de forma precipitada: «Uno de los errores más comunes es no dar tiempo a un tratamiento para hacer efecto y cambiarlo rápidamente por otro», señala.
En el ámbito domiciliario, la pieza clave son los cuidadores no profesionales. La ventaja es que muchas de las medidas son sencillas, siempre que se expliquen y acompañen adecuadamente.
“Las medidas a aplicar no son complicadas, por lo que, con una correcta formación, es factible que las lleven a cabo cuidadores no profesionales”, asegura el enfermero. “Las visitas domiciliarias, las llamadas para resolver dudas o el uso de la tecnología para compartir fotos y datos mejoran la motivación y la tranquilidad de los cuidadores, que se sienten apoyados por profesionales formados”, apunta.
Tecnología e innovación para la prevención de las lesiones por presión

La tecnología avanza muy rápidamente y nos da herramientas para mejorar los cuidados. “La inteligencia artificial y las mejoras en la fotografía, así como programas de ayuda, nos permiten identificar características de la lesión y darnos asesoramiento sobre cómo realizar la cura”, asegura el enfermero Juan Cuñarro.
Hay numerosos estudios de investigación con apósitos inteligentes, que son capaces de monitorizar la temperatura y el pH, cambios en el tejido, aparición de signos de infección, que nos ayudarán a aplicar exactamente lo que necesite cada tipo de herida en cada momento. “Tendremos que estar atentos a las publicaciones y avances en este sentido”, afirma.
En prevención también se ha mejorado mucho. Se han desarrollado tecnologías innovadoras en las que se incluyen los dispositivos de alivio de presión, como colchones especiales y botas antiescaras, cremas y películas barrera, y productos diseñados para un adecuado cuidado y mantenimiento de la piel. También hay dispositivos que realizan la movilización de manera autónoma y programada. Entre ellas:
- Los colchones antiescaras son uno de los productos más importantes para el cuidado de pacientes inmovilizados o con movilidad reducida. Se trata de sistemas de descanso especializados pensados para prevenir y ayudar en el tratamiento de las úlceras por presión. LEER MÁS sobre los colchones antiescaras de Pardo.
- Productos específicos de higiene, protección y cuidado para una piiel limpia, seca y protegida. La combinación de humedad constante, fricción y una piel más fina y frágil favorece la maceración, la irritación y la ruptura de la barrera cutánea. Por eso, el cuidado apropiado de la piel es una medida preventiva esencial. LEER MÁS sobre estos productos de Indas y HARTMANN.
- Otras soluciones aliadas, además de los colchones especializados, son las grúas de techo y los dispositivos para zonas específicas como los talones o los pies. LEER MÁS sobre estos productos de Penta Health y Repose, que buscan reducir la presión mantenida, facilitar la movilización y proteger las zonas más susceptibles en personas frágiles o inmovilizadas.
- La implementación de nuevas tecnologías contribuyen a la sostenibilidad económica del sistema de salud. LEER MÁS sobre algunas de estas tecnologías aplicadas a la prevención de las úlceras por presión, como son la app Calas Úlceras, de Iseco, y VisionCare, de Grupo Unidix.













