Dr. Bartolomé Freire Psiquiatra jubilado y autor del libro La Jubilación, una nueva oportunidad.
Psiquiatra jubilado y autor del libro La Jubilación, una nueva oportunidad.

Asumir la pérdida de autonomía 

Dr. Bartolomé Freire

Psiquiatra jubilado y autor del libro La Jubilación, una nueva oportunidad

Autonomía viene de la palabra griega “autonomos” en la que “auto” significa uno mismo y “nomos” gobernar. Es la capacidad de gobernarse a uno mismo para pensar, actuar y resistirse a ciertas presiones exteriores e interiores. La percepción de ser autónomo está muy ligada al control del cuerpo y al juicio subjetivo sobre nuestra integridad física y mental.

Los sentimientos de autonomía y eficacia personal son la base de la creencia de estar ejerciendo un cierto control sobre el entorno, una necesidad biológica y psicológica importante. El mero hecho de sentir que tenemos capacidad para elegir y tomar decisiones es esencial para nuestro bienestar, parece reducir las respuestas al estrés en el cerebro y favorece que mantengamos un cerebro sano.

En el proceso normal de envejecimiento hay capacidades que, inevitablemente, se deterioran y otras que pierden su función. Aunque no nos impidan seguir disfrutando de la vida, nos complican y obligan a cambiar o a buscar actividades diferentes. Poco a poco necesitamos contar con accesorios o personas que nos ayuden. Así, según avanzamos en edad, se va recortando nuestra autonomía y vamos aprendiendo a tolerar distintas dependencias. El temor a fracasar o a ponerse en peligro realizando actividades habituales, no debe de ser una razón suficiente para abandonarlas. La vergüenza nunca debe doblegar al deseo de seguir activos. 

Es importante que aceptemos la ayuda que necesitemos sin sentirnos humillados o inútiles y que sigamos potenciando, con determinación, los recursos que conservamos para adaptarnos a las limitaciones de la edad de manera realista. En general, las mujeres suelen manejar mejor ese equilibrio entre mantener su autonomía y solicitar ayuda.

Hay que tomar la ayuda como algo que se añade a los propios esfuerzos, pero que no los sustituye. Recibirla como un complemento para mantener el mayor grado de autonomía posible y evitar que el declive personal nos limite más allá de lo estrictamente necesario. Paradójicamente, rechazar los cuidados necesarios, negando la realidad, va, a veces, en detrimento de preservar un grado de autonomía aún viable.

Los prejuicios sociales pueden disuadirnos de participar en actividades creativas y contribuir a aislarnos, limitando nuestra posibilidad de aportar al entorno. Por el contrario, si las personas cercanas nos apoyan y estimulan la autonomía tenderemos a actuar de una manera más activa y participativa.

El riesgo de la dependencia se incrementa considerablemente en la década de los 80, cuando el funcionamiento autónomo acelera su deterioro. Y llega un momento en el que, aún por muchas modificaciones que se realicen en su domicilio, el muy mayor necesita un cuidado continuado. Surgen dudas y temores: a ser una carga para la familia o la sociedad y a verse incapaz e indefenso. Tenemos que aprender a pedir ayuda, aceptarla y agradecer los cuidados que recibimos.

Los ancianos, por lo general, ingresan en una residencia cuando no pueden vivir solos. Perder, en gran medida, la independencia es una transición que requiere un tiempo y un trabajo psicológico para ser asumida. Como residentes, necesitan desarrollar confianza en el personal que les atienden para mantener su bienestar, lo que puede incluir ser asistido en funciones muy íntimas. El equipo, por su parte, debe evitar fomentar la dependencia innecesaria y estimular la autonomía existente.

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