José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM) Académico de Número de la RANMdeR.
José Manuel Ribera Casado. Catedrático emérito de geriatría (UCM)

El Sistema MIR y sus eventuales modificaciones. ¿Por qué cambiar lo que funciona?

 José Manuel Ribera Casado

Catedrático emérito de geriatría (UCM) y Académico de Número de la RANME

De un tiempo a esta parte rara es la semana en la que no encontremos en la prensa especializada –a veces también en la de carácter general- alguna manifestación individual o colectiva de procedencia variopinta, apuntando quejas y sugiriendo modificaciones en el sistema MIR o en las variantes de formación postgraduada que se han ido incorporando después en otras profesiones sanitarias distintas de la medicina. Leemos frases como “se ha quedado obsoleto”, “muestra signos de agotamiento”, “hay que introducir modificaciones que tengan en cuenta el valor humano y vocacional de los candidatos”, “el acceso es poco equitativo”, “el sistema es muy rígido” y así hasta el infinito. Incluso ha habido y sigue habiendo intentos poderosos para transferirlo a las competencias autonómicas.

El actual MIR como sistema universal para la formación en las diferentes especialidades médicas reconocidas nació oficialmente en 1978. La formación de especialistas hasta entonces era un desastre y prácticamente apenas existía. La historia inmediata anterior, con intentos aislados, cada vez más frecuentes, en diferentes hospitales españoles por introducir programas de residencias facilitó el camino. Es bien conocida y no la voy a comentar. Sí quiero destacar rotundamente que la medicina española tiene un antes y un después de esa fecha. Su puesta en marcha, fue posible en plena transición, con una sociedad abierta al cambio. Fue una oportunidad difícilmente concebible en cualquier otro momento. 

La introducción del MIR supuso una revolución que permitió multiplicar el nivel de calidad de nuestros especialistas en cualquier materia hasta alcanzar un grado de excelencia en ningún modo inferior a los que puede encontrarse en los países más avanzados del mundo. Ha sido y es un modelo admirado y copiado desde fuera que, a día de hoy, mantiene su calidad y su prestigio. Se ha dicho y comparto la opinión de que es el mejor invento para el sistema sanitario español desde la muerte de Cajal.

A partir de ahí se puede opinar lo que se quiera, pero me parece que no está de más recordar algunas cosas. La primera, que el acceso al sistema es universal, mide por el mismo rasero a todos los aspirantes que deseen especializarse y minimiza cualquier tipo de sesgo. Es una prueba objetiva y universal que soslaya favoritismos o enchufes, e iguala a los candidatos con independencia de su origen geográfico o del que pueda ser su destino posterior.

«Estamos ante una situación que ha demostrado ser muy positiva y que viene funcionando con éxito desde hace casi cincuenta años»

Más importante. Los programas formativos son decididos en cada caso por expertos de primer nivel con un origen plural geográfico y administrativo, que se renuevan periódicamente. Son programas dinámicos, cuyos contenidos, más que permitir, obligan a una actualización mantenida en el tiempo. Programas cuyo cumplimiento se controla desde la propia Comisión de la Espacialidad y que ofrecen la posibilidad, ejercida con frecuencia, de denuncia y corrección de eventuales abusos o incumplimientos si estos llegaran a producirse. Incluyen una remuneración que se puede discutir si es o no suficiente, pero que, en todo caso, raramente tiene lugar en la formación postgraduada en cualquier otro campo profesional en España. Tampoco en los programas formativos de postgrado en ciencias de la salud de la mayor parte de los países de nuestro entorno.

En definitiva estamos ante una situación que ha demostrado ser muy positiva y que viene funcionando con éxito desde hace casi cincuenta años. El sistema ha sido y es capaz de adaptarse a mejoras en cuestiones claves como los procedimientos para la selección de preguntas o de los equipos responsables de las mismas, los criterios de idoneidad para la aceptación de centros acreditados, la flexibilidad para introducir ajustes locales que faciliten rotaciones externas, etc. ¿Hay que cambiar? A mi juicio cuanto menos mejor y nunca en cuestiones de fondo. Algunos de los problemas que se plantean son mera retórica. Otras no pasan de ser brindis al sol, cuando no –como ocurre con los deseos de determinadas comunidades autónomas por asumir este tipo de competencias-, ganas de potenciar el propio ego autonómico a expensas de romper un universo de igualdad que ha venido funcionado bien hasta ahora y que contribuye de manera decisiva a la homogeneidad del sistema sanitario.

Al final, mi petición, como me ocurre con cierta frecuencia en otras materias según voy cumpliendo años, casi se reduce al clásico dicho de “Virgencita que me quede como estoy”. 

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